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jueves, 14 de agosto de 2014

Mientras tanto

En el otro piso bien. Nuestro piso temporal estaba en el nº 90 de la c/Mientras-tanto

El lunes pasado aparecieron los obreros y la casera a las 8,30 am, momento en el que terminábamos de recoger y emprendimos la marcha. Nos iban a reformar los 2 cuartos de baño en 5 días, según las previsiones. Mis compañeras de piso B.V. y A. se vinieron conmigo, somos un pack. La agencia misma fue la que nos buscó nueva accommodation, unas cuantas calles más abajo, en nuestro barrio. 

Nuestra casera M. se ofreció a llevarnos en su coche así que pasamos por la oficina a firmar papeles y a recoger las llaves. Luego fuimos al piso. Llegamos sobre las 10,45 am. Nos pasó una de las cosas más graciosas que te pueden pasar al entrar a un piso... ¿no lo adivinas? Pues resultó que entramos por la puerta, casi empujadas por nuestros bolsos, y lo primero que vimos fue a un chico en la cama de la habitación que está junto a la puerta. (¿Hola? ¿no se supone que era un piso para chicas?). Lo más chocante no era eso, sino el hecho de que el chico iba muy escaso de ropa, yo lo vi bastante cómodo como para no vivir ahí. (Oh my God!) Cuando cada una se instaló en su habitación, me dije "¿son manías mías o vi a un tío en la cama?". Era una tontería preguntármelo cuando podía ir directamente a comprobarlo. 


Era real. El tío estaba en la cama como una marmota (a las 11 am, lunes). Me presenté, le dije que éramos las nuevas inquilinas y que veníamos para una semana. Él se revolvió un poco en la cama y, sin incorporarse, me saludó y me dijo que él vivía allí... bueno, había ido "a pasar el fin de semana". Por el olor a colonia de hombre que había por todo el piso no lo juraría, parecía que llevaba un mes vaporizando Axe por todos lados. Su novia, M., la actual inquilina de esa habitación estaba fuera. La conocimos más tarde cuando llegó: resultó que era polaca y sólo hablaba inglés. Parecía una chica normalita. Por la tarde finalmente despidió a su novio y abrimos las ventanas para que la mezcla de olor a recién pintado y Axe no nos asfixiara. 

Después de comer nos dimos cuenta de que la orientación del nuevo piso era distinta al otro. Nos estaba dando el sol de la tarde en pleno. Hacía MUCHO calor. El aire acondicionado que había instalado en el pasillo no tenía ningún efecto. Entre eso y el madrugón decidimos tumbarnos un rato a descansar.

Media hora más tarde me encontraba metida en la cama hecha un ovillo. Si tocaron a la puerta no lo oí; el caso es que en algún momento la chica de la agencia apareció en la puerta de mi cuarto y me desperté de golpe. Sí y yo allí en pijama, metida en la cama con los pelos... ay, en fin, está claro que en el piso ese era habitual encontrar a la gente en la cama. Venía a comprobar que la habitación estuviera en buenas condiciones para poder devolverle la fianza a la anterior inquilina. "¿Te falta algo?" Sí, un café tía... "Mm, eh.. sí, creo que faltan las toallas." Y con las mismas se dio la vuelta y se marchó. No me gustaba ese piso ni las cosas raras que me ocurrían en él. 

Esa misma noche decidimos poner solución a lo del calor y nos acercamos a nuestro piso a por los ventiladores, bien los íbamos a necesitar. M. nos dijo que la anterior inquilina de mi habitación tenía el aire acondicionado encendido día y noche. No quiero pensar en cómo serían las cifras de las facturas.

****
Los días pasaron rápido a medida que dejábamos el manual de Ginecología, el de Inmunología y empezábamos con el de Pediatría. Cosas raras siguieron ocurriendo. 

Un día me levanté pensando que tenía que comprar un estropajo para el piso, porque el que teníamos no me gusta. Mientras me planteaba estas cuestiones vitales a las 8 am, me asomé a la ventana de la cocina que daba a un patio interior. Al mirar hacia abajo vi un estropajo exactamente como lo había imaginado tirado en el suelo. Esa mañana bajé con la excusa de la bolsa de la basura a rescatar mi nuevo estropajo. ¡Tómalo! También me dio la oportunidad de conocer al portero: un chico más o menos de mi edad, con el pelo rubio y los ojos claros que se pasaba el día leyendo a través de unas gafas de Harry Potter un libro lleno de números y fórmulas. Era un poco rarito. 

El piso nuevo tenía sus ventajas: era mucho más nuevo, estaba reformado y totalmente equipado y estaba recién pintado. Por la pinta ya te digo que costaba mucho más que el nuestro, que es mucho más modesto. Pero tenía sus inconvenientes: había mal olor en la cocina y, por consiguiente, en mi cuarto que estaba justo al lado. Esto ocurría por dos razones importantes: el lavavajillas y las bolsas de basura. 

Las chicas no lavaban las tazas y platos después de usarlos sino que los metían en el lavavajillas y ahí se podían quedar días (¿semanas?¿quién sabe?). Llegaba un momento en que no había ni vasos, ni tazas así que tenía que remangarme y haciendo de tripas corazón, ir a rescatar alguna del lavavajillas. Asqueroso. En cuanto al otro asunto, al parecer hay edificios en los que la gente deja las bolsas de basura por fuera de la puerta principal de la vivienda y el portero pasa a recogerlas (no sé con qué frecuencia). Yo estoy acostumbrada a tirar la basura según se llena la bolsa, aunque sea a diario. No soportaba la idea de ir acumulando basura. También muy asqueroso. 

No te creas que las noches eran mucho más normales: despertábamos bañadas en sudor y según me levantaba me iba a la ducha directísima. Las almohadas eran de risa.. eso y dormir en plancha, eran lo mismo. Cuando encontraba la forma de tener el ventilador casi en mi cara y una posición cómoda, abría el bar de abajo (que por fuera tiene un cartel de "Cubatas 3,50") y la gente se ponía de tertulia hasta las tantas. A veces me daban ganas de tirar un cubo de agua para abajo como en las películas, aunque al final lo que hacía era darme la vuelta. Los últimos días de estancia allí ya le había pillado más o menos el truco a todo. Estaba un poco más cómoda y por las noches me ponía una peli en el ordenador y me iba a la cama felizmente. Aún así, echaba de menos mi piso, mi cuarto, mi mundo. 

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Finalmente llegó el domingo, día de la mudanza. ¡De vuelta a casa! Mis compis hicieron su mudanza cuando pudieron así que el domingo a mediodía sólo quedaba yo en el piso. Habíamos salido la noche antes y había dormido hasta tarde. Era domingo, joer (¡cáspita!)... El caso es que desayuné rápido y mal porque estaba recogiendo todo. Cuando lo tuve me di cuenta de que tendría que dar dos viajes. Lo que hice fue dejarme lo más pesado para el segundo viaje, cogería un taxi entonces. Me encaminé hacia Islas Filipinas con mis cosas a cuestas (a cuestas porque hay que subir una pechadita). El primer viaje fue cansado pero al llegar al piso se me quitó todito. Vi el baño nuevo y eso me dio fuerzas para volver a por lo que me quedaba. ¡Ya me quedaba menos! La segunda vez tenía que pasar por la oficina de la agencia a dejar las llaves y allí pensaba coger el taxi. Para mi diversión, llegado el momento me di cuenta de que la cartera con el dinero, tarjetas y todo, lo había subido en el primer viaje así que a no ser que hiciera auto-stop, tendría que ir a pata. El viaje me costó un triunfo, pensaba que me iba a desmayar. Eran las 2pm y en la calle hacía mucho calor, había desayunado poco y encima cargaba a mis espaldas unos cuantos Kgs. ... Casi me caigo redonda un par de veces. Casi se me salen dos costillas. Casi... Pf, para cuando quería llorar ya había llegado a mi piso. Mi maravilloso y fabuloso piso de Islas Filipinas. Así que solté las cosas y me dejé caer en mi sillón. Una parte de mí quería decir "adiós Mundo" pero otra parte de mí quería ponerse a recoger y limpiar.
¡¡Teníamos baño nuevo!! 
Ganó mi lado neurótico y me puse a limpiar todo lo que pude, a recoger mis cosas y para cuando se hizo de noche ya estaba de nuevo instalada y todas mis cosas estaban otra vez en su sitio. Después, estuve hablando con mi familia por teléfono y contándoles la odisea de la mudanza. Finalmente, salté a la ducha. OH, sí. Me va a costar marcharme de este sitio...


miércoles, 13 de agosto de 2014

Ya han caído dos

Estamos de vuelta en nuestro (maravilloso y fabuloso) piso de Islas Filipinas. Parece que ha sido el momento propicio para que las dos chicas se pusieran malas. A. está afónica, tiene placas en la garganta y está tomando antibióticos. B.V. está incubando algo virico. Espero no ser la siguiente, o me tocará por probabilidad algún protozoo raro. Yo me mantengo fuerte, será por la leche vitaminada y el ejercicio... o simplemente porque mi habitación está separada del resto de dormitorios y no me acerco mucho a ellas. No sé cuánto resistiré, pero seguiré informando.


lunes, 4 de agosto de 2014

Entrada al Ministerio de Magia

Sí, tengo una entrada al Ministerio de Magia en mi piso. En Madrid son muy tradicionales. 

Me ha dado pena no sacarle una foto porque en esta semana van a reformar los dos cuartos de baño. Y dirás, ¿cómo van a hacer para vivir en un piso sin baño? Pues no lo vamos a hacer. Haremos una mini-mudanza temporal a otro piso. La agencia nos ha ofrecido uno para las tres (mi compi B.V. y nuestra colega americana A. [por cierto no te he hablado de ella, un día te cuento]) y en nuestra zona, Islas Filipinas, que ya es decir. Sólo será hasta el fin de semana. Los obreros llegaron hoy a las 8,30 de la mañana y empezaron a trabajar de inmediato. Les deseo buena suerte tirando tabiques y cambiando la bañera, jajaja, hay mucho que hacer. Por nuestra parte empaquetamos un poco de todo: de ropa, de comida y de apuntes y emprendimos la marcha con ayuda de nuestra casera M., que es maravillosa. Pronto les contaré cómo fue todo en el nuevo piso, nuestra sorpresa a la llegada y más... 


¡Adiós baños viejos!     

lunes, 28 de julio de 2014

Madrid, paso tras paso

Museo del Traje, Madrid


La mejor manera para descubrir una ciudad es caminando. A mí me encanta. Cuando quiero avanzar un buen trecho viajo en metro y el resto, lo veo en movimiento, con las manos en los bolsillos y todos mis sentidos puestos en marcha. Sobre todo el de la orientación. Me gustan especialmente el verde de los árboles y el azul del mar aunque muchas veces aquí es la dura piedra la que agarra mis pasos. El asfalto no me da miedo; ni cruzar a destiempo. Una vez he trazado mi ruta no miro mucho los mapas. Prefiero ir de aventurera y, si me pierdo, no hacerme la nueva sino fingir que quería llegar exactamente a ese lugar desconocido. De esta manera creo que andando puedo alcanzar cualquier lugar. Ningún sitio es demasiado lejos; ninguna meta, imposible.  

lunes, 14 de julio de 2014

Liada con el sustituto

Pues sí, así estoy desde que ayer mi móvil decidió no encenderse. He tenido que llevarlo a reparar y con gran fortuna, me han dado un móvil de reposición práctico y funcional muy parecido al mío. ¿Esperabas alguna historia más interesante con ese título? Por favor, que estoy estudiando el MIR... ¡jajajaja!

jueves, 3 de julio de 2014

1789.96 Km

Hace dos días que llegué por fin a Madrid, con 3 bultos de equipaje (y otro más en camino) y 35 Kg de peso a mis espaldas. 

Si me preguntas si creo que ha valido la pena te diré que absolutamente. Tener en mis manos las llaves de un piso casi mío es algo único y genial. Ya sé que me dirás que es de alquiler, que no es mi casa y que sólo será temporal. Pero aunque llevo aquí apenas un par de días, puedo asegurar que el piso fue mío y de mi compañera B. desde el momento en que fuimos a comprar nuestro primer juego de sartenes y los cuchillos. Lo de estudiar ya es otra cosa, no lo llevo tan bien. Volver a coger el ritmo (y encima un ritmo tan intenso) después de semanas haciendo el ganso me está costando la vida y milagro. Pero poco a poco, todo empieza a encarrilarse. Después de los dos primeros días locos comprando cacharros de cocina y abasteciendo la nevera empiezan a encauzarse las horas y a organizarse el calendario. 

Ahora a lo que toca, a currar como una campeona...  

martes, 24 de junio de 2014

Al despertar










Por las mañanas se puede ver con más claridad lo que antes no terminabas de entender. Tal vez tú no captes el sentido a estas palabras aunque mires entre líneas. Hoy no hay una historia detrás de mi revelación. Sólo puedo decirte que, hagas lo que hagas, nunca te rindas. Di cada mañana "buenos días" a la vida.



Quedan 7 días para mudarme... 

domingo, 22 de junio de 2014

sábado, 21 de junio de 2014

En la boca de la cueva

Hoy he vivido una aventura.

Vivo en un pueblo de costa. No estoy muy lejos de la ciudad, lo suficiente para que el paisaje pueda mantener sus misterios. Son bloques de casas y casonas que dan al mar. Las vistas son espectaculares todo el año. El sonido del mar entra con la brisa por las ventanas de las casas. Las que están más cerca de la orilla deben guardarse del salitre y la fuerza de las olas. El agua es un elemento poderoso. El progreso ha marcado su presencia en el pueblo. Hay edificaciones hasta donde alcanza el terreno, allá donde el barranco pone sus límites. No hay secretos en un pueblo como el mío. Los vecinos de por aquí son metropolitas disfrazados de turistas perdidos que, con los años, pasan por gentes de costa con sus barcos y sus baños en la playa. Vinieron huyendo de los ruidos de la ciudad. Entre ellos, mis padres. Muchas veces les protesté vivir tan lejos de la civilización pero con el tiempo les habría de dar la razón por el acierto de su elección. Pocos sitios me gustan tanto para vivir como éste. 

Es curioso ver cómo, aunque parezca que los edificios y el gentío, con sus coches y voceríos, han conquistado este territorio, aún hay cabida junto al mar para la propia gente del mar. Más allá de los límites del pueblo, hay quienes llevan otro ritmo de vida. Dejando a un lado las edificaciones modernas y lujosas, encontramos pequeñas aglomeraciones de casitas. Son cuartitos de pescadores, para algunos, casas. Esos pequeños grupos de casitas blancas, en el mismo borde del mar son meros elementos del paisaje costero y a la vez, la esencia del mismo. Nunca me he preguntado qué clase de vida llevan las personas que viven allí. Tampoco me he atrevido a aventurarme por sus callejuelas improvisadas. Hasta hoy. 



Me dio por bajar hasta la playa y caminar hasta salir del terreno transitable. Bajé por un acceso de tierra hasta uno de los pueblitos de los que te hablo. Aún no ha entrado el verano, así que estaba totalmente vacío. Era un auténtico pueblo fantasma. Sólo oía el romper de las olas en la costa bajo mi pequeño camino sin baranda. Con cuidado llegué hasta el mismo nivel del mar. Vi varios accesos con escaleras hasta el agua y numerosos huecos en las rocas donde el agua formaba una piscina natural. De nuevo, nadie. Detrás de mí, las casitas se elevaban uno o dos pisos de alto. Estaban muy juntas, como si alguien las empujara desde los lados y éstas se agolparan desesperadas por asomarse al mar. Las ventanas y puertas estaban mayormente cerradas. Se adivinaba el sonido de una radio lejana, seguramente proveniente de alguna casa habitada. Una pareja de gatos se acurrucaba en una butaca, a la sombra. Vi sillas y mesas desprovistas de ocupantes, por el momento, preparadas para ser utilizadas. Bien les toca esperar, aún no es época de faena en este pueblo. 

Seguí lo que parecía un sendero improvisado entre las casitas. Las escaleras me hacían subir un trecho para volver a bajar a una nueva cala. Más botes, muros adornados con conchas, aletas, herramientas. Ahora sí, al levantar la vista, me encontré con una ermita de la Virgen del Carmen, la de los marineros. Pero no me apetecía todavía subir esa distancia así que me paré en la playa de cayados a recoger conchas. Entonces me di cuenta de que en la pared había un hueco, la entrada a una cueva. 

Parecía no tener mucha profundidad. Las telarañas me decían que hacía tiempo que nadie la pisaba. Parecía sacado de una novela. Y justo pensando en esto apareció en detrás de mí un hombre mayor, marinero. Sus tatuajes le delataban. Me sorprendió; él se sorprendió también. Pero todo susto era infundado. Enseguida se aproximó y me preguntó si me había perdido. Le dije que no, que vivía cerca y que estaba explorando. Él se presentó y a falta de una tarea mejor, se acercó a conocerme y a contarme acerca de ese pequeño y misterioso pueblo de la costa. Me acompañó en mi recorrido. 

Me explicó cómo se había originado, él mismo había ayudado a levantar más de una casa. Como me temía, muy pocas estaban en estos momentos habitadas. Las cuevas como la que había visto antes eran los cimientos del pueblo. Muchos tenían acceso desde el interior de sus casas a ellas. En ese momento me pareció una buena idea vivir ahí. El verano trae una nueva vida al pueblo cada año. Me dijo que no faltaba mucho, que en breve comenzarían a llegar los primeros inquilinos, las calles se llenarían de voces, música y banderitas para las fiestas de la Virgen del Carmen. Aquellas sillas se ocuparían al fin, pensé. Cruzamos por delante de la ermita mientras hablábamos de todo esto. Me dijo que él era muy feliz allí. Él con sus años, sus tatuajes y sus arrugas de sal del mar estaba allí compartiendo conmigo historias y secretos de viejos. Me animó a que tratara de sonreír siempre y ser feliz, porque la vida son los momentos, me dijo. 

Nos despedimos cuando regresamos al mundo real y avistamos la carretera. Desde allí podía verse la totalidad del pueblo. Bueno, desde lo alto sólo sus terrazas. Me fijé en una de ellas particularmente. Había dos hombres sentados en unas hamacas bebiendo algo y hablando tranquilamente. Sí, definitivamente allí la gente vivía de otra manera. Le di las gracias a mi nuevo amigo; me dijo que regresara a visitar el sitio cuando quisiera. Al avanzar unos pasos me volví atrás, él me saludaba con la mano. 

En el camino hacia la carretera vi a mi lado un árbol del que colgaba un letrero en el que ponía el nombre del pueblo, también algunas conchas. Justo bajo su sombra, un grupo de sillas vacías en torno a una mesa esperaban apaciblemente por sus ocupantes. Tendrían que sacudirse las hojas secas que les habían caído. Por algún motivo me dieron ganas de sentarme allí. ¿Por esconderme del mundo en un rincón maravilloso donde nadie ni nada pudiera alcanzarme? Puede ser. 

Me hubiese gustado que estuvieras allí conmigo. 

miércoles, 11 de junio de 2014

Cosas que te ocurren una vez en la vida: como encontrarte 30 Euros

Hace tiempo que mi madre se encontró en la calle 30 Euros. Fue aquí, cerca de casa. Salió a tirar la basura o a comprar el pan y ¡boom! un par de billetes mal doblados tirados en el piso. 
Te preguntarás por qué me ha dado por rescatar esta historia del baúl de recuerdos de "y a mi qué me cuentas". Pues resulta que el otro día estábamos hablando en casa de imposibles. Y de imposible saltamos a dinero automáticamente. No puedo explicártelo. Son estas asociaciones que hacemos los españoles en tiempos de crisis. Fue tan poco habitual que ha pasado a formar parte de las historias de la familia Pita que se transmitirán de generación en generación (tu bisabuela una vez encontró...) y que surgen en la conversación de vez en cuando. 

La otra noche, cuando hablamos de esto me dio por recordar la vez que me encontré un billete de 5 Euros en el Carrefour. Fue unas risas. Te explico la situación. 

Estaba claro que el billete se le había caído a alguien. ¿Quién lleva un billete en el bolsillo fuera de la cartera? Pff.. Bueno, el caso es que lo vi pero estaba en plena entrada y había gente pasando. Nadie se inmutaba. Yo lo vi y me pareció extraño que nadie se agachara a recogerlo. Cuando me estaba diciendo en mi cabeza "el que no se ha escondid..." viene un guardia de seguridad y se planta en la misma entrada. Al parecer, él tampoco se da cuenta del billete porque se queda en el sitio pasmado. Hago como que sigo mirando el expositor de enfrente, luego el de al lado y después, el del otro lado. Me lleva mis varios minutos. Llega un momento en que he dado tantas vueltas que mi comportamiento empieza a parecer sospechoso. Pasan personas, parejas, mujeres con carritos de bebés, reponedoras con cestas de ropa. Por favor, ¡que alguien lo coja! Me estreso. ¿Y si el tío de seguridad está allí esperando a ver quién se lanza? ¿Y si me vigilan? Miro a las cámaras, hay dos apuntando hacia el billete. Empiezo a emparanoiarme. ¿Y si no es un billete de 5 euros y lo estoy viendo mal? Tampoco es que lo haya observado detenidamente, sólo de lejos.

¿Qué hago? Pues lo que se me ocurre hacer en ese momento es coger de los expositores al azar una camisa de hombre, una toalla de playa y creo que un bañador. ¿Quién necesita cesta de la compra? Lo cojo todo en las manos y al pasar justo donde estaba el billete disimulo haciendo ver que se me han caído las cosas al suelo. El guardia de seguridad está tan empanado que ni se le ocurre venir a ayudarme así que, con mucha elegancia, recojo todo del piso y me marcho al otro lado de la tienda, allá donde los mariscos. Cuando estoy al lado de los berberechos me paro a mirar si en efecto era un billete o sólo había contribuido a limpiar de basura la entrada del Carrefour. ¡Sí! Eran 5 Euros. ¡Tómalo! 

Para celebrarlo, voy y me compro un pañuelo muy bonito que tenía fichado desde hacía tiempo. El dinero que fácil viene, fácil se va. Sniff. ¿Te imaginas que un día encuentre 30 Euros? :P