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miércoles, 13 de agosto de 2014

Ya han caído dos

Estamos de vuelta en nuestro (maravilloso y fabuloso) piso de Islas Filipinas. Parece que ha sido el momento propicio para que las dos chicas se pusieran malas. A. está afónica, tiene placas en la garganta y está tomando antibióticos. B.V. está incubando algo virico. Espero no ser la siguiente, o me tocará por probabilidad algún protozoo raro. Yo me mantengo fuerte, será por la leche vitaminada y el ejercicio... o simplemente porque mi habitación está separada del resto de dormitorios y no me acerco mucho a ellas. No sé cuánto resistiré, pero seguiré informando.


viernes, 25 de julio de 2014

Mi gozo en una cafetera


Un imprescindible en mi maleta de ida a Madrid fue este. Cuando tengo previsto irme de viaje y pasar más de dos semanas fuera de casa me llevo conmigo mi cafetera amarilla. No soy fan del café de máquina. Ni soluble. Ni frío. Ni aguado. Menos aún de esos que últimamente se han puesto tanto de moda y se han globalizado hasta el punto de que es casi imposible salir a dar una vuelta y no volver con un café en las manos. Eso sí, súper-largo (de agua) y extra-corto (de café).

No hay nada como el olor a café recién hecho por las mañanas; (y no lo cambiaría por el de máquina aunque sí que me gusta darme un capricho con alguna cápsula especial de Nespresso de vez en cuando). Creo que esto puede ser más por sus propiedad olfativas que por el propio sabor del café. Me trae recuerdos de cuando era pequeña y me despertaba al escuchar a mi madre prepararando el café en la cocina y hablando con mi padre. Esta cafetera amarilla es la prueba de que se puede viajar y sentirse como en casa. Ahora cada vez que la cojo pienso en los lugares a donde me la he llevado y las historias que te podría contar sobre ella.

sábado, 14 de junio de 2014

Los días gloriosos de los universitarios

Estos días mi hermana E. se ha presentado a la PAU (prueba de acceso a la universidad). 

Uno de los días fui a recogerla al salir del último examen. En Tenerife esta prueba se hace invariablemente en el Campus de Guajara año tras año. Aprovechando que los universitarios han terminado los exámenes utilizan las aulas para que los futuros estudiantes hagan la prueba. Mientras esperaba por fuera del campus a mi hermana tuve un momento para mirar la estampa. 

Me recordaba mucho a la vez que una Deb Pita motivadísima y estresada pisaba aquel césped y aquellas clases para realizar su propio examen PAU. Fue hace unos cuantossss años pero ni toda la Medicina ha conseguido borrar aquel recuerdo. Hacía mucho calor y el día estaba soleado, como la otra tarde. La gente se agolpaba por los pasillos, hablando en voz muy alta sobre tal autor, el comentario de ese tema de historia o preguntándose si entraría Platón. Me acuerdo del miedo a que mi nombre no estuviera en la lista cuando llamaban para entrar al aula; de revisar si tenía el DNI una docena de veces también. Creo que en ese momento fue cuando me hice una obsesiva del control, aunque algo arrastraría de base. Me gustaba mirar por las ventanas que daban al patio interior del aulario mientras pensaba qué sería de mí si no conseguía la nota para entrar en Medicina. Qué tonta. 

Esperando allí sentí la agridulce punzada de la nostalgia unos escasos segundos. Enseguida apareció mi hermana y arrancamos el coche para irnos. Me sigue resultando raro no llamarme universitaria sino opositora MIR. Suena diferente. Y como todo lo que no es igual, da algo de vértigo. 

miércoles, 11 de junio de 2014

Cosas que te ocurren una vez en la vida: como encontrarte 30 Euros

Hace tiempo que mi madre se encontró en la calle 30 Euros. Fue aquí, cerca de casa. Salió a tirar la basura o a comprar el pan y ¡boom! un par de billetes mal doblados tirados en el piso. 
Te preguntarás por qué me ha dado por rescatar esta historia del baúl de recuerdos de "y a mi qué me cuentas". Pues resulta que el otro día estábamos hablando en casa de imposibles. Y de imposible saltamos a dinero automáticamente. No puedo explicártelo. Son estas asociaciones que hacemos los españoles en tiempos de crisis. Fue tan poco habitual que ha pasado a formar parte de las historias de la familia Pita que se transmitirán de generación en generación (tu bisabuela una vez encontró...) y que surgen en la conversación de vez en cuando. 

La otra noche, cuando hablamos de esto me dio por recordar la vez que me encontré un billete de 5 Euros en el Carrefour. Fue unas risas. Te explico la situación. 

Estaba claro que el billete se le había caído a alguien. ¿Quién lleva un billete en el bolsillo fuera de la cartera? Pff.. Bueno, el caso es que lo vi pero estaba en plena entrada y había gente pasando. Nadie se inmutaba. Yo lo vi y me pareció extraño que nadie se agachara a recogerlo. Cuando me estaba diciendo en mi cabeza "el que no se ha escondid..." viene un guardia de seguridad y se planta en la misma entrada. Al parecer, él tampoco se da cuenta del billete porque se queda en el sitio pasmado. Hago como que sigo mirando el expositor de enfrente, luego el de al lado y después, el del otro lado. Me lleva mis varios minutos. Llega un momento en que he dado tantas vueltas que mi comportamiento empieza a parecer sospechoso. Pasan personas, parejas, mujeres con carritos de bebés, reponedoras con cestas de ropa. Por favor, ¡que alguien lo coja! Me estreso. ¿Y si el tío de seguridad está allí esperando a ver quién se lanza? ¿Y si me vigilan? Miro a las cámaras, hay dos apuntando hacia el billete. Empiezo a emparanoiarme. ¿Y si no es un billete de 5 euros y lo estoy viendo mal? Tampoco es que lo haya observado detenidamente, sólo de lejos.

¿Qué hago? Pues lo que se me ocurre hacer en ese momento es coger de los expositores al azar una camisa de hombre, una toalla de playa y creo que un bañador. ¿Quién necesita cesta de la compra? Lo cojo todo en las manos y al pasar justo donde estaba el billete disimulo haciendo ver que se me han caído las cosas al suelo. El guardia de seguridad está tan empanado que ni se le ocurre venir a ayudarme así que, con mucha elegancia, recojo todo del piso y me marcho al otro lado de la tienda, allá donde los mariscos. Cuando estoy al lado de los berberechos me paro a mirar si en efecto era un billete o sólo había contribuido a limpiar de basura la entrada del Carrefour. ¡Sí! Eran 5 Euros. ¡Tómalo! 

Para celebrarlo, voy y me compro un pañuelo muy bonito que tenía fichado desde hacía tiempo. El dinero que fácil viene, fácil se va. Sniff. ¿Te imaginas que un día encuentre 30 Euros? :P